Hórmesis
- Juan Pablo Gómez

- 4 days ago
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Cuando el estrés se convierte en maestro
El estrés se ha convertido en el gran “enemigo” de nuestra época. Lo culpamos de dolores, enfermedades, agotamiento y un sinfín de síntomas que parecen no tener explicación aparente. Lo escuchamos todos los días, pero pocas veces entendemos su complejidad: por qué aparece, cómo se expresa en cada célula y de qué forma condiciona nuestra vida.
Este texto no es una clase de biología. Es una invitación a mirar el estrés desde otra perspectiva, a resignificarlo a partir de historias que muestran que no siempre es un adversario; a veces es una vía de crecimiento.

En Compórtate, el neuroendocrinólogo Robert Sapolsky narra una anécdota conmovedora sobre un monje budista. Durante una conversación le confesó que, en ocasiones, debía acortar sus sesiones de meditación por el estado de sus rodillas. No porque le dolieran, sino porque —dijo— “lo hago como un acto de bondad hacia mis rodillas”. Esa frase, sencilla y luminosa, resume toda la ética budista de la compasión: no como obligación, sino como gesto natural de cuidado.
¿Qué ocurre, entonces, con el estrés físico, emocional y biológico que reciben nuestros cuerpos? ¿Todo estrés nos daña? ¿Toda dificultad debería evitarse?
La ciencia responde que no. Existe un concepto llamado eustrés, que se refiere al estrés cotidiano y funcional que nos permite adaptarnos: manejar, trabajar bajo presión, recordar cómo resolver una situación compleja, o entregar una tarea al límite del tiempo. Es ese estrés que nos activa, que nos organiza, que nos hace capaces.
Esto nos lleva a la idea central de este texto: la hormesis, el principio según el cual una pequeña dosis de estrés, bien dirigida y en condiciones controladas, fortalece al cuerpo y a la mente. No destruye, sino que impulsa la adaptación; no lastima, sino que vuelve más resiliente al organismo.

La inspiración para escribir esto surgió después de ver un video publicado por uno de los colegas que más admiro: Marco Terriquez, un fisioterapeuta mexicano que transformó la manera de pensar y hacer la fisioterapia contemporánea. Tuve la fortuna de aprender de él durante años, de conocer su mente sin límites y su capacidad para ver soluciones donde muchos solo encuentran obstáculos.
En un grupo de WhatsApp que compartimos con otros colegas, solemos saludarnos con humor técnico: “Buenos días, enemigos de la espasticidad”, “Buenos días, fisioterapeutas con ciática”. Y aunque para quienes están fuera del gremio estos términos suenen extraños, detrás de ellos hay un universo clínico complejo. La espasticidad, por ejemplo, es un aumento del tono muscular producto de una alteración neurológica. Para quienes trabajamos en fisioterapia neurológica, lidiar con ella es uno de los mayores desafíos y y causas de estres en el tratamiento de estos pacientes: manejar la espasticidad es como intentar sintonizar una estación de radio en una isla desierta, con un aparato viejo y un dial que no responde. No hay medida universal para el tono; es pura percepción, escucha, sensibilidad clínica.
En el video, Marco atiende a una paciente y escribe en la descripción una idea que me cambió la mirada:
“La espasticidad en casi todos los casos se ve como un enemigo, pero podrías estimularla para que fuera un aliado. Hay quienes pueden aprovecharla para ponerse de pie, pero debes aprender a conocer cómo reacciona tu cuerpo, porque cada uno es diferente.”
-Marco Terriquez
Ahí comprendí algo que había pasado por alto durante años: yo veía la espasticidad como el enemigo a vencer, mientras Marco la invitaba a colaborar, como ese gesto de bondad del monje budista. Era una herramienta, no un obstáculo. Un recurso, no una condena.
Esa revelación me llevó de vuelta al concepto de hormesis. Con frecuencia percibimos los problemas, los conflictos y los desafíos como amenazas que deben eliminarse. Cada uno presenta los suyos en su vida cotidiana y en sus lugares de trabajo. Pero quizá el secreto no está en combatirlos, sino en entender qué función cumplen en nuestro camino. Los desafíos, vistos desde otra óptica, son escalones que fortalecen.
De Marco también aprendí un principio que hoy considero una brújula clínica: el abordaje positivo. No preguntarnos qué no puede hacer el paciente, sino qué sí puede. A partir de ese punto de partida, moldeamos el resto.
La próxima vez que te encuentres frente a un desafío —físico, emocional, profesional— recuerda esto: no es un enemigo, es un mensaje. Es la posibilidad de transformarte en lo que buscas ser. Todo radica en aprender a leer el lenguaje del cuerpo, del entorno y de la experiencia.
Porque al final, el conocimiento no solo crece por ausencia de dificultad, sino por la manera en que interpretamos cada una de ellas.







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